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El insólito favor que se nos concede

Pedro Ramos
Apr 29
10
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Escribir debe tener algún parentesco, que antes me gustaba y ahora aborrezco, con la muerte. Si mi perro viviera, no hablaría de él. Me sentiría feliz (o infeliz) de vivir con él, me bastaría con eso. Ha desaparecido y no puedo contenerme: me asalta el deseo de hacer una recapitulación. Quizá sea también para procurarle una segunda vida.

Escribo para (re)vivir como rescataste la cría de mirlo colgada del nido del limonero. El padre y la madre revoloteando a tu alrededor y tú intentando desatar su pata, escuálida, endeble, de la rama en la que se había enredado. Cabeza abajo como un murciélago, dices. Estaba caliente, palpitaba. Cuando regreso con las tijeras, ya lo has devuelto al nido. Te bajas de la escalera y los mirlos se tranquilizan. Pían de otra manera. Es la tercera remesa de mirlos de la temporada. ¿Cuántas nidadas hacen los mirlos? Desconocemos la respuesta. Sabemos que son siempre los mismos porque el padre tiene un mechón blanco en el lomo. Y suponemos que es monógamo. Vuelve a estar tan delgado… Es mucho más asustadizo que la hembra. No podemos pasar cerca del nido si esta él porque levanta el vuelo. Huye. Sin embargo, si está la mirla, ella finge no vernos y nosotros hacemos lo mismo. Aunque yo no puedo evitar llamarla, ¡Mirla!, como si yo fuera el Zacarías de Delibes y ella mi Milana bonita. Sí, tenemos que quitar las malas hierbas del arriate, reponer la corteza, pero me da miedo. Asustarlos. ¿Podemos esperar a que avance la primavera?

Podíamos ponerles una pajarita, dijiste, para reconocerlos.

Sonrío, otra vez, al recrear esa imagen. Un mirlo, Mirlín, con pajarita.

El mirlo invisible, Rodolfo, ¿dónde andará? Nadie me cree cuando lo cuento en directo. Solo tú. Fue él quien me enseñó la gazania que había crecido debajo de la lavanda, junto a la alberca. Estas historias son tan verdad como nuestro pasado y nuestro presente, forman parte de él. Termino de incorporarlas negro sobre blanco. Porque no voy a esperar a que me faltes para escribirte. Como no vamos a esperar para inaugurar la temporada de sorbete.

Queda inaugurada la temporada de sorbete de mango.

Espontáneamente, al escribir estas páginas, sigo el ritmo que tanto me gustó en los poemas hindúes o persas, el de los cuartetos de Omar Jayam, de los gazales de Hafiz y de Centuria de amor, de Bhartrhari, con acentos muy penetrantes cuando habla del amor, del saber y de la renuncia en todas y cada una de sus cien estrofas. Me parece que esa forma breve, ese ritmo entrecortado y jadeante corresponde a los latidos del corazón.

Quiero escribir así: al ritmo de los latidos del corazón. Sin trama ni concierto. Cuando termines el libro de Montero, tienes que leer este. Te lo dejo en la mesilla. Jean Grenier fue un filósofo francés, maestro y amigo de Albert Camus. No tenía ni idea. Este “filósofo de la amistad”, como le llaman en la solapa, dedicó dos libros a los dos animales que lo acompañaron: Les Îles, un libro de viajes por islas imaginarias y reales en memoria de su gato, y Sobre la muerte de un perro, el que yo he leído estos días entre clases, entrevistas y presentación. Hasta he salido en la tele. El primero, el del gato, todavía no lo han traducido al español. Ojalá lo hagan pronto. Si fuese como este, sería perfecto para leer en los viajes de tren. Sus reflexiones encajan perfectamente entre vistazo y vistazo por la ventanilla del vagón silencio. Después de mi sillón, el tren es el mejor sitio para leer. Nada que ver con los aviones, esos supositorios con alas donde apenas queda espacio para las rodillas. Ya sabes como los odio. No odio volar (volar como los mirlos bocabajo), detesto todo lo que supone coger un avión. El tren, a pesar de RENFE, sigue siendo mucho más romántico.

No nos andemos por las ramas: amemos a quienes nos aman o están dispuestos a hacerlo. No malgastemos nuestras pocas fuerzas en convencer. No creamos en nuestros méritos. Aceptemos con diligencia el insólito favor que se nos concede. Una mano aparta la cortina que nos aísla y se tiende hacia nosotros. Apresurémonos a tomarla y besarla. Si se retira, no nos quedará nada, porque nosotros sólo somos nosotros merced a ese acto de amor.

Recomendaciones

  • Un libro. Sobre la muerte de un perro de Jean Grenier. Delicioso. Noventa textos breves en los que el autor nos habla de, sobre todo, la alegría de estar vivos. En recuerdo de su perro Taïaut, para superar su pérdida, el autor francés nos hace un hermoso regalo.

  • Una película. Hemos visto Drive my car de Ryûsuke Hamaguchi. Sobresaliente. A fuego lento, la fotografía, el montaje y los diálogos te sumergen en la vida de un actor y director de teatro que, por mucho que se empeñe en huir hacia delante, tendrá que enfrentarse a su pasado.

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